viernes, 21 de febrero de 2014

Llamado a la solidaridad

Acabo de terminar de ver Django de Tarantino por segunda vez. Si no la viste andá a verla ya.
Pero eso es el detalle que comienza la situación que vengo a plantearles hoy. Resulta que estoy acá, tranquilo, tirado en el sillón, viendo un western de los de antes cuando, como todos los jodidos días del último mes, un camión para en la esquina de enfrente y, mediante un parlante, comienza a ofrecer sandía muy barata la sandía 10 pesitos la sandía. Ahora, no es nada más el hecho de que lo haga en tal volumen que, incluso con la ventana cerrada, se escucha por sobre mi película o lo que sea que esté haciendo en ese momento; no es tampoco el hecho de que sea TODOS LOS PUTOS DÍAS, COMO SI NO HUBIERA OTRO PUTO LUGAR DONDE COMPRAR PUTAS SANDÍAS; ni siquiera es el hecho de que no me gusta la sandía. Lo que me está volviendo loco y hará que un día de estos pierda los estribos, baje con un objeto contundente y mate a ese hombre a golpes es el hecho de que está empecinado en que vende una fruta mágica llamda SÁNDIA.
Es entonces por la salud física del sujeto y por la salud mental de quien les habla que les pido por favor a los abogatos que lean esto que me averigüen si es una contravención de algún tipo vender un objeto a un volumen claramente pertubador y a quién tengo que cogerme para que ese tipo desaparezca.
Mi mayor agradecimiento a quien responda. Atentamente,
Peneführer.

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