martes, 26 de agosto de 2014

De vuelta de la muerte y otros lugares del conurbano

Yo sé que seguir quejándome de esto es inútil y lo que en realidad tendría que hacer es una campaña de alfabetización o alguna gilada por el estilo, pero le dejo las boludeces a los boludos y yo sigo con lo mío: peligrosidad no es una palabra por más que los relatores insistan. Se dice PELIGRO. Es incluso más corta y accesible para sus intelectos menores.
¿Cómo la han pasado estas breves vacaciones alejados de mí? Como el orto, me imagino. Tengo muy claro que mi faltazo prolongado por enfermedad (paja) les viene arruinando la semana, pero prefiero ser gracioso más espaciadamente y no volverme Peter Capusotto, que es semanal y repetitivo (y que ayer volvió, seguramente con personajes viejos). No quiero decir con esto que en el mes de agosto no fui gracioso; lejos de ello. No he perdido ni un ápice del instinto asesino digo humor sagaz que tanto envidian e idolatran. Simplemente que a veces uno debe tomar distancia, observar las cosas desde otra perspectiva mientras se tira unos pedos a lo lejos y luego volver más cerca del cuadro y el resto de la gente que no tomaría a bien dichos gases. Es por eso que nadie llega a reflexiones importantes en el ascensor. O se está demasiado cerca de otras personas o se está haciendo caras al espejo. Las opciones son limitadas; no como en el retrete, donde uno puede pedorrearse a piacere. Ese es el trono del hombre pensante. El homo sapiens hacía sus necesidades en un pozo como un mediocre alumno del Nacional Buenos Aires; el homo superior caga en un INODORO. ¡Qué pedazo de palabra! Cuántos avances, desde las épocas de los acueductos romanos hasta el complejo sistema de plomería actual, condensados en siete letras. Como un pequeño Aleph.
Me fui a la mierda. Que es de lo que se trata este blog, al fin y al cabo.
Peneführer.

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